jueves, 21 de octubre de 2010

A Sangre Fría (helada)*

Las palabras pueden ser ladrillos o ventanas. Entonces hay que ser claros: en Barracas no hubo ningún “choque” ni “enfrentamiento” entre sindicatos. Lo que sucedió se conoce en cualquier lado como una emboscada. No hay que revolver tanto para corroborarlo. Las imágenes que está investigando la Justicia dan una pila de indicios, los testimonios de los testigos la refuerzan y el saldo final de una jornada nefasta no deja lugar a casi nada. Sólo a los oportunistas y mezquinos que se regodean utilizando la muerte de Mariano Ferreyra, de uno u otro lado, para manipular el hecho políticamente y cagarse en la lucha social de miles.
¡Hijos de puta todos! ¿Por qué no hablan de lo que hay que hablar? ¿Por qué intentan correr alevosamente el foco hacia un rincón sombrío, lejos de la verdadera cuestión? ¿Será por qué no les interesa nada en profundidad? Como no les interesó Víctor Choque, Teresa Rodríguez, Aníbal Verón, Juan Carlos Erazo, Diego Bonefoi. Todos acribillados por levantar la voz de protesta. Por sostener la lucha de los pobres, de los que menos tienen mientras otros se llenan los bolsillos. ¿O será que en realidad no entienden nada?
A Mariano Ferreyra lo asesinó un tiro certero defensor de la codicia. Algunos de los que estuvieron en ese instante fugaz, como Fabián Martínez, dicen que el autor de los disparos tenía “’camisa’ rayada o chomba azul”. Otros, como Diego Cardías, que el sicario tenía “remera roja”. Lo cierto es que en la calle Pedro de Luján se encontraron ocho vainas y dos tipos de casquillos distintos (uno de ellos podría ser de calibre 38). Mientras tanto el asfalto se transformó en una alfombra irregular de piedras, vidrios y palos.
¿Cómo sucedió? Estremece de solo pensarlo. Es verdad que hay que esperar que la fiscal de instrucción nacional Cristina Caamaño avance con la investigación, pero en el foco está un grupo de matones de la Unión Ferroviaria. Las instantáneas del mediodía los muestran en plan de ataque: bajando de las vías, corriendo por la calle al grito de “estos son todos piqueteros mugrientos”; intimidando a periodistas que estaban haciendo su trabajo, pasando por arriba a la (siempre) negligente Policía Federal, como si nada, asechando a hombres, jóvenes y mujeres que apoyaban el reclamo de 117 trabajadores despedidos.
Eso no fue todo, al menos media docena de balazos más encontraron su blanco. Elsa Rodríguez, integrante de una cooperativa de Berazategui, sufrió un tiro en la cabeza y está en coma; Nelson Aguirre, militante del PO, recibió cuatro tiros en las piernas y Ariel Pintos, ex trabajador de UGOFE, soportó excoriaciones faciales. Claro, eso fue después de que la Policía los reprimiera con balas de goma casi dos horas antes por querer cortar las vías de la ex Línea Roca. ¿Para qué? Para pedir la incorporación a planta permanente de los despedidos y la regularización de la situación de los 1.500 trabajadores tercerizados que son víctimas del trabajo en negro y los negociados de las patronales.
A saber, UGOFE opera en conjunto con un centenar de empresas paralelas para “ahorrar” a costa del esfuerzo de los más necesitados. Un trabajador ferroviario enrolado en el UTA puede llegar a cobrar 7.200 pesos, mientras que un tercerizado con suerte llega a los 2.500. Obvio que esa diferencia no es la única y se evidencia en un desbalance en el trabajo cotidiano: un empleado de planta permanente realiza una labor diaria de cuatro horas, en las que cambia cuatro durmientes, al mismo tiempo que un trabajador externo realiza diez “levantamientos”. ¡Vaya cosa!
El conflicto no es nuevo, viene de julio pasado, cuando luego de un bloqueo de once horas también hubo violencia e intimidación hacia los empleados no enrolados. Entonces comenzó una campaña de volantes y pasacalles desafortunados con una sentencia poco creíble: “los trabajadores ferroviarios no cortamos vías”.
Eso no cuajó la lucha de los trabajadores que exigían sus derechos, al contrario, la vigorizó. Por eso, a las 10.30 de la mañana se juntaron en el local de Avellaneda del PO para llevar adelante una nueva medida. Allí se encontraron organizaciones de izquierda, movimientos estudiantiles y representantes de Quebracho.
Nunca imaginaron lo que iba a pasar.
Apenas un poco después las 11 comenzaron a marchar para la estación, pero se dieron cuenta que había montado un (¿cómplice?) operativo policial y las vías ya estaban ocupadas por una patota de la Unión Ferroviaria. La decisión, luego de una breve gresca, fue ir para el lado de Constitución. Se movieron casi tres cuadras, cruzaron el Puente Bosch, hicieron una asamblea, comieron al paso en una parrilla y emprendieron la retirada. “La idea era tomar unos colectivos en la avenida para volver cada uno a sus casas”, comentó Martínez. Sin embargo cuando todo parecía terminado, el fuego se encendió. Lo demás es conocido. Las corridas. El fusilamiento. La bala asesina a metros de unos cuantos oficiales y comisarios nomás, que otra vez volvieron a mirar como la sangre corría en la calle. Las chicanas políticas. La tozudez de la oposición. La estupidez del oficialismo intentando quedar impune, levantando la mano del “yo no fui”, y explicando (innecesariamente) que esto no era el 2001, que la crisis había pasado, que nunca hubo un hecho de represión (obviando que darle vía libre a la Policía roza la contradicción), que la CGT, que…, que…, que…que… ¡¿qué?!...
Todo esto es difícil de digerir. Encontrarse con la muerte de militante por participar de una manifestación callejera es algo inconcebible, al menos, que no se logra entender. Si algunos pueden naturalizar este tipo de hechos, “vaya ellos por lo equivocado que están”. Pero la lucha de los que viven en medio de las injusticias no se negocia. La esperanza de los que pretenden salir adelante día a día, en lugar de dejar apoyado el culo en la comodidad de la cotidianeidad, no se bastardea. No se puede joder con pelotudeces, sin dar más vueltas. Esto no se puede alivianar al mejor estilo Pablo Díaz (dirigente de la UF) que agitado a un costado de las vías se autoinculpó junto a sus compañeros de los hechos. No nos autoinculpemos mediante el silencio encubridor y la estupidez que intenta sacar de escena la muerte de Mariano Ferreyra. No tengamos la sangre fría, como si aquí nada hubiera pasado…

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